Del 21 de Noviembre al 18 de Enero
El Centro Niemeyer de Avilés acoge la exposición fotográfica "Paisaje interior" de Ricardo López Bueno, que se inaugura el viernes 21 de noviembre de 2014, a las 12.30 horas, y permanecerá abierta al público hasta el 18 de enero de 2015. La muestra consta de 29 grandes retratos a color de 1'20 x 1'60 cm., un proyecto que el autor ha realizado a lo largo de un año y que constituye su primera exposición individual. Para que posen Ricardo López Bueno busca gente normal, sin rasgos destacados, ya que le interesa más la persona, la sinceridad de cada retratado. Los fondos oscuros y la estudiada sencillez de las poses ayudan a conseguir unos retratos de gran pureza. Comisariada por Agnès de Gouvion Saint-Cyr la muestra ha sido organizada por diChroma photography.
Los paisajes del alma
Desde sus orígenes, la fotografía, que ofrecía la cualidad genérica de reproducir "mecánicamente” la realidad como una verdad indefectible —o eso se pensaba— se fue infiltrando poco a poco en el molde de los géneros pictóricos clásicos para ejercer como tal. De este modo, la representación del paisaje que permitía revelar a los profanos la belleza de la naturaleza, así como documentar las tierras remotas hasta entonces desconocidas, conoció un desarrollo enorme a lo largo del siglo XIX, hasta crear, con el tiempo, una estética específica.
Paralelamente, el arte del retrato, inspirándose directamente en los códigos de la pintura, oscilando entre la imagen exacta y supuestamente objetiva del modelo, la evocación de la belleza o la originalidad del tema y, por encima de todo, el acto mágico contra la muerte, sigue encerrando una singularidad sin par. Efectivamente, se construye en el marco de una trilogía en la que cada papel está perfectamente definido, y ese juego sabiamente organizado entre el artista, su modelo y el espectador, es moderado evidentemente por el artista.
Ricardo López Bueno ha escogido así voluntariamente un enfoque clásico pero muy personal que afirma unas opciones rigurosas, precisas y sin concesiones. Para realizar sus obras, juega con las cuestiones tradicionales del punto de vista —personajes sentados, a menudo de tres cuartos y en interiores—, el encuadre —planos ceñidos al rostro o al busto para captar mejor la personalidad del modelo—, la luz —con la presencia permanente de una doble iluminación artificial para hallar el sentido del volumen—, el decorado —lo más neutro posible, es decir, la persona destacando sobre un fondo negro con ropa corriente—, y la elección de los modelos, que prefiere sencillos y anónimos.
Efectivamente, la parte esencial de su trabajo se sitúa en ese diálogo privado y sensible que entabla largamente con la persona; en ese sentido las pruebas de contacto son apasionantes, pues muestran la evolución de las expresiones del modelo en el silencio del taller, hasta que todos los elementos citados encuentran su justa medida para traducir mejor el sentimiento que Ricardo experimenta ante su personaje.
Es evidente que la fuerza de estos trabajos reside particularmente en la expresión de la mirada, elaborada cuidadosamente, que hace brotar las emociones y, a menudo evocando el pasado, recoge cual espejo la imagen del alma, íntima, fugaz y contenida; de este modo lo inefable se pone de relieve.
Dan comienzo entonces dos operaciones esenciales: la elección de las imágenes y la definición final del formato de las obras. De todas esas tomas en ocasiones tan diferentes entre sí, Ricardo selecciona la que responde a sus intenciones y sus expectativas para posteriormente, en función del uso que vaya a dar a la imagen, realizar las tiradas él mismo; el pequeño formato encontrará su lugar en el marco familiar, el formato medio podrá acabar en el gabinete de un coleccionista y el gran formato, expuesto a la vista del espectador, se unirá a la galería de retratos que ofrece el museo.
Esta exposición revelará así el talento del artista, pero también, sin duda, una parte de sí mismo.
Los paisajes del alma
Desde sus orígenes, la fotografía, que ofrecía la cualidad genérica de reproducir "mecánicamente” la realidad como una verdad indefectible —o eso se pensaba— se fue infiltrando poco a poco en el molde de los géneros pictóricos clásicos para ejercer como tal. De este modo, la representación del paisaje que permitía revelar a los profanos la belleza de la naturaleza, así como documentar las tierras remotas hasta entonces desconocidas, conoció un desarrollo enorme a lo largo del siglo XIX, hasta crear, con el tiempo, una estética específica.
Paralelamente, el arte del retrato, inspirándose directamente en los códigos de la pintura, oscilando entre la imagen exacta y supuestamente objetiva del modelo, la evocación de la belleza o la originalidad del tema y, por encima de todo, el acto mágico contra la muerte, sigue encerrando una singularidad sin par. Efectivamente, se construye en el marco de una trilogía en la que cada papel está perfectamente definido, y ese juego sabiamente organizado entre el artista, su modelo y el espectador, es moderado evidentemente por el artista.
Ricardo López Bueno ha escogido así voluntariamente un enfoque clásico pero muy personal que afirma unas opciones rigurosas, precisas y sin concesiones. Para realizar sus obras, juega con las cuestiones tradicionales del punto de vista —personajes sentados, a menudo de tres cuartos y en interiores—, el encuadre —planos ceñidos al rostro o al busto para captar mejor la personalidad del modelo—, la luz —con la presencia permanente de una doble iluminación artificial para hallar el sentido del volumen—, el decorado —lo más neutro posible, es decir, la persona destacando sobre un fondo negro con ropa corriente—, y la elección de los modelos, que prefiere sencillos y anónimos.
Efectivamente, la parte esencial de su trabajo se sitúa en ese diálogo privado y sensible que entabla largamente con la persona; en ese sentido las pruebas de contacto son apasionantes, pues muestran la evolución de las expresiones del modelo en el silencio del taller, hasta que todos los elementos citados encuentran su justa medida para traducir mejor el sentimiento que Ricardo experimenta ante su personaje.
Es evidente que la fuerza de estos trabajos reside particularmente en la expresión de la mirada, elaborada cuidadosamente, que hace brotar las emociones y, a menudo evocando el pasado, recoge cual espejo la imagen del alma, íntima, fugaz y contenida; de este modo lo inefable se pone de relieve.
Dan comienzo entonces dos operaciones esenciales: la elección de las imágenes y la definición final del formato de las obras. De todas esas tomas en ocasiones tan diferentes entre sí, Ricardo selecciona la que responde a sus intenciones y sus expectativas para posteriormente, en función del uso que vaya a dar a la imagen, realizar las tiradas él mismo; el pequeño formato encontrará su lugar en el marco familiar, el formato medio podrá acabar en el gabinete de un coleccionista y el gran formato, expuesto a la vista del espectador, se unirá a la galería de retratos que ofrece el museo.
Esta exposición revelará así el talento del artista, pero también, sin duda, una parte de sí mismo.
Agnès de Gouvion Saint-Cyr
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