Del 4 de Septiembre al 16 de Noviembre del 2014
El Centro
Niemeyer de Avilés acogerá, del 4 de septiembre al 16 de noviembre, la
exposición de Isabel Muñoz "A todo color", que muestra 30 fotografías
a color muy poco conocidas junto a otros 8 platinos en blanco y negro, de
piezas más populares. Las imágenes a color, varias de ellas platinotipias, pertenecen
a las series Etiopía (2002), Omo River (2005), Amor y Éxtasis (2008) y
Mitologías (2012). En ellas la fotógrafa barcelonesa pasa de la fascinación por
los cuerpos desnudos de los Omo y los Surma de Etiopía a la exhibición del
dolor en las extremas prácticas religiosas de la cofradía Al Qadiriya en Iraq
que, por otro lado, despiertan en el espectador ecos de la iconografía
religiosa occidental. La exposición ha sido comisariada por Christian Caujolle
y está organizada por diChroma photography.
El cuerpo y su representación
Favorecidas por la
sensualidad y delicadeza de la impresión de platino en gran ―incluso, muy gran―
formato, las fotografías en blanco y negro de Isabel Muñoz resultan
inconfundibles. Presentan, de serie en serie y de viaje en viaje, bailes tan
diferentes como el tango, el flamenco, el ballet clásico cubano o la danza del
vientre, mezclándolos sin problemas con instantáneas de toreros, luchadores
turcos, monjes voladores chinos y acrobáticos capoeiristas brasileños. Estas
imágenes, en toda su elegancia nada presuntuosa, encuadradas con una precisión
tan quirúrgica que son capaces de recrear la idea de movimiento, nos hablan,
colocadas unas al lado otras, de una fascinación por el cuestionamiento del
cuerpo erotizado tan intensa como su atención por las vibraciones de la luz. No
cabe duda: Isabel Muñoz es una de las fotógrafas en blanco y negro más sabias y
sutiles que hay.
Pero existe sin embargo, más allá
de sus trabajos para revistas, una parte importante y muy poco conocida de la
obra de Isabel Muñoz realizada en color. Si aproximamos dos series, que
podríamos pensar opuestas, relacionando así dos técnicas de revelado que no
tienen aparentemente nada en común, podemos vislumbrar la naturaleza del color
en una artista que no cesa de explorar. La serie más espectacular es la que, al
precio de mil riesgos y otras tantas trampas burladas, nos introduce en las prácticas
de una cofradía religiosa, la de Al Qadiriya, redescubierta en Iraq, donde los
adoradores de Alá entran en trance, se evaden de su cuerpo y no sienten dolor
alguno cuando se sajan con cuchillas de afeitar que luego engullen, caminan
impertérritos sobre montones de vidrio machacado o se perforan impávidos las
carnes. Resulta impresionante, más por los hechos y actos a los cuales nos
remite que por el posicionamiento de la fotógrafa, que no se sabe cómo puede
seguir, en un ambiente tan delirante, encuadrando con precisión y acercándose a
la materialidad de las texturas y de las pieles. Sentimos aquí rápidamente los
ecos de la gran pintura clásica, la misma que nos ha sido provista con
abundancia desde iglesias y museos y que viene aquí servida en revelados
fotográficos clásicos que nutren la profunda intensidad de los tintes y la
estridencia de algunas carnaduras incendiadas por la luz. Visualmente, estos
«locos de Dios» no son muy diferentes a los mártires y otros santos del
catolicismo más exacerbado.
Frente a esto, las hieráticas figuras de los
Surma o de los Omo de Etiopía también dialogan con la pintura. Para empezar,
porque estos pastores guerreros de las altas mesetas se pasan el día pintándose
el cuerpo, inventando paisajes en sus espaldas, transformando sus rostros y
manos en escritura, luciendo a veces sencillas y ricas joyas de oro o de
conchas, envolviéndose con simples y raídos trapos como si de chales de una
gran elegancia se tratara. Pero también porque el tratamiento dado, entre
retratos y detalles corporales, afirma una misma intensidad lumínica que
permite que los trazos de color surjan suavemente de la fineza del grano de la
piel. El tono mate de las increíbles impresiones de platino en color permite
recrear toda suerte de sutilezas materiales y tonales ―dan ganas de tocar―,
mitiga el aspecto más decorativo o frívolo y, paradójicamente, intensifica en
semitintado el efecto cromático. Entonces, y esto es lo que aproxima a estas
dos series en su propia naturaleza, el color se convierte en el protagonista
mismo de la fotografía, más allá de las temáticas representadas. Pues nos
hallamos, en los dos casos, ante fotografías de color y no sólo ―lo que es
atribuible a la pura técnica― ante fotografías en color.
Otra prueba de la unidad en una
obra que se presenta a menudo por tramos, series, destinos, es que estos dos
conjuntos tan distantes nos reenvían de nuevo a la cuestión del cuerpo y de su
representación. Entre la soberbia desnudez de los africanos y el deseo de dolor
para alcanzar el éxtasis de los místicos, se da ―como en dos polos que se
atraen y se repelen― ese misterio de la forma que toma cuerpo, siempre en busca
de una forma de placer.
De momento, el hallado por nuestra
mirada es total, nutriéndose de los matices de una paleta que parece ilimitada
en sus variaciones, siempre insatisfecha pues busca una totalidad que no
sabemos si se halla en el exceso o bien en el absoluto de la tranquilidad
reafirmada.
Christian Caujolle.
Centro Niemeyer
Avenida del Zinc, s/n,
33400 Avilés, Asturias
Espagne
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