GALERÍA
ANSORENA
Calle de
Alcalá, 52 MADRID
Del 15 de Enero al 15 de Febrero de 2019
Al principio Cadiz 1976. © Ouka Leele
Desde Anna Atkins (1799-1871), considerada la primera fotógrafa, hasta
nuestros días han sido muchísimas las mujeres que se han dedicado
profesionalmente a la fotografía, aunque la mayor parte de ellas, a pesar de
que realizaron un trabajo increíblemente bueno, no han sido reconocidas hasta
hace bien poco. Un hecho que gracias a la convicción, tesón y pasión de muchas
de las fotógrafas que vinieron después ha ido cambiando. En España, desde los
tiempos en que Joana Biarnés (1935), Isabel Steva Colita (1940), Marisa
González (1945) o Cristina García Rodero (1949) eran raras avis en el panorama
de la creación fotográfica, se ha pasado a un escenario muy animado por la gran
pluralidad narrativa visual creada por mujeres. Este nuevo horizonte se fraguó
con una generación nacida desde finales de los cincuenta a principios de los
setenta, que con su actitud detrás de la cámara cambió el rol tradicional de la
mujer ante el objetivo, de objeto a sujeto, siendo ahora ellas las que miran,
las que observan, y además con un lenguaje renovado que ha dado lugar no solo a
un profundo cambio de paradigma, sino también a un sinfín de trabajos
extraordinarios. No creo que haya una mirada femenina, sino universal, como
tampoco veo la correspondencia entre género y una manera de fotografiar; lo que
sí hay en las creaciones de todas estas fotógrafas es una revisión de los
estereotipos femeninos y masculinos al construir nuevos relatos que rompen el
guión tradicional que nos ha sido asignado tanto a mujeres como a hombres.
Pesadilla 2011. © Concha Pérez
Y esto es precisamente lo que la exposición 5 miradas, 5 mujeres
quiere mostrar al público, los nuevos enfoques que han aportado con sus
trabajos cinco fotógrafas españolas excepcionales, dos de ellas Premio Nacional
de Fotografía (Ouka Leele en 2005 e Isabel Muñoz en 2016), que han nacido entre
1951 y 1970. Cinco mujeres que han sabido asimilar las dificultades que el
medio fotográfico les plantea para enriquecer al máximo este ámbito hasta
convertirlo en inabarcable, sorpresivo y bellísimamente insondable. Cinco
miradas transversales, cinco lenguajes creativos, cinco maneras distintas de
entender el hecho fotográfico, pero también con puntos en común, como el afán
de experimentación, el análisis de género del retrato y el interés por reflejar
una subjetividad que trasciende lo individual e indaga en su dimensión colectiva.
Generoso encuentro con la belleza © Bárbara Ouka Leele
Una de las más veterenas, Bárbara Allende Gil de Biedma, más conocida
como Ouka Leele (Madrid, 1957), protagonista y musa de la Movida madrileña, es
una artista de amplio registro, pintora, poeta, escritora, cineasta. Sus obras
fotográficas aúnan la tactalidad de la pintura –colorea en atractivos y
vistosos tonos sus instantáneas– y la poética de las palabras traducidas en
imágenes para recrear escenificaciones de carácter realista pero con marcado
acento espiritual, mitológico o ensoñador. Con una sensibilidad especial para
captar la esencia humana en el retrato o el autorretrato, a veces el suyo
propio, pero otras a través de los demás, que utiliza como vehículos
autobiográficos porque, como afirmaba Calvo Serraller, Ouka Leele no ha dejado
de presentarse continuamente como una artista enmascarada1.
En esta muestra se exponen cinco obras, entre ellas el emblemático autorretrato Herida como la
niebla por sol (1987), Me levanto por la mañana, hay un gran charco en mi casa
(1986) o Generoso encuentro con la belleza (2007), tres poemas visuales que,
como decía su amigo el Hortelano, hablan al espectador sin usar palabras.
Etiopía 2005. © Isabel Muñoz
También con la voluntad de captar la condición humana se entronca el
trabajo de Isabel Muñoz (Barcelona, 1951), una de las mejores fotógrafas en el
manejo de la platinotipia –un antiguo procedimiento de impresión sobre
platino–, que aplica en sus magníficos retratos de tipo antropológico. Esta
técnica, como explica la artista, aporta durabilidad y gran belleza a las
copias por la amplitud de tonos, desde el negro cálido hasta una amplia gama de
grises, y la reproducción de luces tan sutil que se consigue con ella. Isabel
Muñoz ha comentado muchas veces que en sus comienzos su obsesión era encontrar
un soporte idóneo para reproducir la piel, algo que ha ampliado a la
representación del cuerpo humano, en el fondo una excusa para plasmar los
sentimientos y emociones en su estado más puro. En esta exposición se muestran
dos series que condensan el amplio registro de la fotógrafa. Etiopía (blanco y
negro, 2005) refleja, en palabras de la propia autora, esa búsqueda de vernos
representados en el otro, el eslabón más cercano a lo que éramos en los albores
de la humanidad. En Agua (platinotipias a color, tomadas en 2016-17 bajo las
aguas del Mediterráneo y Japón), la autora, para hacer hincapié en la
destrucción de los mares, retrata a los modelos envueltos en plásticos de
invernadero; el resultado es una bella sinfonía en la que los cuerpos
ingrávidos danzan en un medio líquido, con la que compone una metáfora del
nacimiento del ciclo de la vida, que es también la del planeta.
Niños esclavos 2016 © Ana Palacios
Ana Palacios (Zaragoza, 1972) reivindica el poder de la fotografía
para cambiar realidades locales que a su vez son globales. A primera vista
podría parecer una fotógrafa documental especializada en retratar problemáticas
africanas, pero lo que la diferencia es que ella fotografía las soluciones y
está empeñada en mostrarnos que no hay una única historia de África, pobre y
sin futuro. Premio de Prensa de Manos Unidas, entre otros muchos galardones
nacionales e internacionales, es autora de tres libros: Art in Movement
(Uganda), Albino (Kabanga, Tanzania) y Niños esclavos. La puerta de atrás (que
consta además de un documental). Palacios demuestra que ese tópico de que la fotografía
apegada a la realidad social es un arte bienintencionado pero menor es
totalmente falsa. Y es que el trabajo de esta fotógrafa “nos muestra
ejemplarmente cómo las distinciones entre el valor artístico y el valor social
de la fotografía, entre imagen como construcción estética e imagen como
elemento de comunicación, constituyen en el fondo falsas dicotomías”2. Sus
fotografías, de una factura técnica impecable, aúnan la reflexión sobre el
mundo en el que vivimos y una belleza conmovedora.
Tiendas Madrid 2010. © Rosa Muñoz
El trabajo de Rosa Muñoz (Madrid, 1963) tiene un eje fundamental, el
paso del tiempo y la memoria, para reflexionar a su vez sobre temas que nos
atañen a todos, como la globalización y lo que esta conlleva de pérdida de la
identidad histórica y cultural. Algo que, por otra parte, está muy relacionado
con el hecho de dedicarse a la fotografía porque, como explica Rosa Muñoz,
“fotografiar es reflejar fragmentos de la memoria de ese tiempo, conservar y
preservar, al menos en parte, aquello que ya es pasado”. Y lo hace literalmente
“construyendo imágenes” para recrear escenografías de mundos inventados,
deshabitados, y edificaciones imposibles, unos escenarios que antes de la
llegada de la era digital ella misma montaba durante días y luego fotografiaba,
un ejercicio muy interesante porque, en sus propias palabras, “conseguía llevar
a la realidad lo que imaginaba mentalmente”. Justamente en esta muestra se
exhibe Habitación con vistas (1992), de la serie Casas, su primera incursión en
la fotografía escenificada, en la que Rosa Muñoz homenajea, con cierto toque de
nostalgia poética, la decoración de las viviendas humildes de los años sesenta
y setenta en España. El resultado son unas imágenes entre surrealistas y
fantásticas, con un enigmático halo de realismo mágico.
Carrera 2009. © Concha Pérez
El trabajo de Concha Pérez (Valladolid, 1969) gira también en torno a
la memoria, la de los lugares que fueron habitados en el pasado y que se han
convertido en espacios vacíos, desolados. Esta “pensadora de imágenes”
reflexiona en sus obras sobre la capacidad del ser humano para “interactuar”
con el medio natural y nos muestra algunos de sus frutos más devastadores en
series como Lo que nos queda, donde disecciona los entornos urbanos, y más
concretamente los modelos de ocupación en las ciudades contemporáneas, con el
fin de reflejar cómo estos espacios habitados y habitables están en constante
cambio debido a las acciones que los ocupan y transitan. Además, Concha Pérez
utiliza la manipulación informática para crear atmósferas ficticias, entre el
límite de lo real y lo irreal, como en Play Room, una serie en la que la
artista elabora una metáfora sobre el límite, la frontera, pero no en el
sentido espacial, sino como algo mucho más profundo, entre lo permitido y lo
prohibido, lo visible y lo oculto, lo personal y lo público.
TEXTO: Ángela Sanz Coca
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