El fotógrafo almagreño Juan Palomino, ganador del Premio Lux de Oro Covid 19, por su trabajo Días de Confinamiento, inaugurará el próximo sábado 12 de diciembre, en la Galería Fúcares de Almagro, en Guadalajara, la muestra Crónica de un confinamiento, serie que el autor realizó a lo largo del período en que él y su familia, al igual que el resto de los españoles, tuvieron que permanecer encerrados en su hogar debido a la pandemia del COVID 19. El jurado que falló a su favor valoró su ejecución técnica, la empatía y el hecho de que sus fotografías nos adentran en su historia. El arquitecto y escritor José Rivero Serrano ha sido el encargado de realizar el texto que acompañará la exposición.
“Viene a plantear Juan Palomino con esta exposición de sus últimas fotografías, en la Galería Fúcares de Almagro que denomina Días de confinamiento, no los límites del confinamiento pandémico mismo –aunque también así sea, en este tormentoso y azaroso año de 2020– sino los límites mismos de la realidad fotográfica que se encabalga entre el documento –de reconocible dimensión pública y de utilidad social por ello– y la voz personal –como expresión de tonos personales y de ecos privados– que suele sustentarse en muchos trabajos fotográficos. Como estos que podemos ver aquí.
Ahora vamos conociendo trabajos diferentes –incluso trabajos fotográficos de resumen del año de la agencia informativa Reuters– que materializan la mirada fotográfica del momento de la epidemia, con rostros mudos, esperas blancas, morgues negras, UCIS saturadas, camillas, batas, equipos de protección, respiradores, personal sanitario, mascarillas y mucha incertidumbre. Dando con ello cuenta de que el relato de estos días pesarosos se verifica más y mejor desde la mirada fotográfica que desde el recuento estadístico, sanitario y epidemiológico. Como si la resultante fotográfica final tuviera mayores dosis de certeza, de captura y de verdad en el recuento de estos días, que sus derivadas médicas, sociológicas, políticas y estadísticas.
Como si la resultante fotográfica tuviera mayores dosis de autenticidad final, cercana esa captura fotográfica al llamado por Roland Barthes el Punctum, en su particular obra La cámara lúcida. Nota sobre la fotografía (1990). Obra llena de esquemas duales y de pares contrapuestos –por más que Barthes solo exponga en el título la Nota en singular, como si sólo fuera una–, con la salvedad de los tres agentes actuantes en la realidad fotográfica: el operator–el fotógrafo–, el spectator –el curioso espectador– y el spectrum– aquel o aquello que es fotografiado–. Obra, donde literalmente, Barthes, dice que “Ese segundo elemento que viene a perturbar el studium lo llamaré punctum: pues punctum es también pinchazo, agujerito, pequeña mancha, pequeño corte y también casualidad. El punctum de una foto es ese azar que en ella me despunta (pero que también me lastima, me punza)”. Y a mí me gustaría retener las ideas del punctum como azar, como agujero y como pinchazo que duele. Todo ello como trasunto mismo de la fotografía.
Días, por tanto, que más allá del pinchazo que duele pueden ser contados casi a la inversa: no desde el exterior apelmazado de hospitales densos y de consultorios vacíos, sino desde la quietud callada del terciopelo doméstico y desde el brillo hogareño, como otro spectrum más próximo y más inteligible. Por más que el operator– como padre fotógrafo– se confunda con el primer spectator–el que simplemente mira lo que pasa–. Incluso de un spectator sin cámara, que sólo ve lo que ocurre y no piensa en retener el instante que se va. Donde sus protagonistas –sus propios hijos– viven el confinamiento en una suerte de extraño paraíso ganado o perdido: nunca se sabrá. Aunque los hijos de Juan Palomino –protagonistas, sin papeles estelares– desfilan por ese diario gráfico como si ejecutaran un juego o un paso de danza. Diario gráfico que le ha preparado la mirada fotográfica del padre y que ha merecido –entre otros varios reconocimientos– el Premio Especial Lux COVID 19 del 2020, que otorga la AFP, a la serie presentada con el mismo título que la exposición de Fúcares.
Por ello, la voz personal –y casi diríamos familiar– de Palomino da cuenta, desde el dominio privado, de esa secuencia de días vividos en el encierro familiar –donde primero ha sido spectator y luego operator y podría haber sido spectrum final– y de los cuales ha ido construyendo una suerte de diario del tiempo en sus luces y formas. Cuando justamente ese parámetro –el tiempo– rara vez suele contar, o cuenta poco, en la experiencia fotográfica –como ocurre por demás, en alguna pintura–, que suele utilizar la técnica de captura y embalsamamiento de imágenes como una suerte de ejecución y fusilamiento del tiempo. Esa es la anotación de Cees Nooteboom en su trabajo Foto, cuando fija: “Algo se detiene, pero qué ¿Tu o el tiempo El tiempo no puede ser detenido y sin embargo así sucede y en ello reside la siguiente paradoja”.
La paradoja de contar el tiempo cuando, simultáneamente se utilizan herramientas y técnicas que lo cuestionan y lo desmienten, tiene un punto de ironía y otro tanto de oxímoron. En la medida –prosigue Nooteboom– en que: “La foto es el fetiche que pretende recuperar el tiempo, pero la ganancia se torna pérdida” Por ello la Vida eterna de las imágenes ya capturadas y congeladas, que juega con su deliberada duración y que elude lo efímero de esos instantes que ya son punctum: el agujero por el que se cuela y se filtra la historia. También, el agujero por el que se escapa el tiempo.
Como ya ocurriera en otra serie anterior de Palomino, del año 2014, y denominada curiosamente Nuestra eternidad. Una eternidad que yo conectaría con la exposición de 2017 Imágenes de la muerte. Representaciones fotográficas de la muerte ritualizada, y que daría salida al texto La muerte inmortalizada de Silvia Pontevedra. Serie, la de Palomino, trenzada en los camposantos y cementerios próximos a Almagro –Granátula y Valenzuela–, para construir una doble realidad –a la manera de las dualidades de Barthes– asaltada por el tiempo, que ahora se quiere eterno e inmortal, por más que se haya ido. Todo ello, en un juego tan tanatológico como extraño y cuyos protagonistas vuelven a ser los niños dispuestos entre lápidas, nichos, setos vegetales y cuarteles de sepulturas.
En otro juego eterno del tiempo. Demostrando la doble contabilidad temporal de las imágenes capturadas: la de la vida ida y la del futuro que aguarda como forma eterna. Doble contabilidad del tiempo, como la doble cara de la fotografía misma. Se cuenta lo que se va yendo y se retiene lo que se ha ido.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario